Josep Costas

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Biografía

En el número 106 de la revista AstronomiA (abril 2008) salió publicada la entrevista que veréis a continuación. Me pasé toda una tarde (más de tres horas) hablando con Josep Costas en su domicilio de Barcelona. De aquella conversación salieron las líneas que veréis a continuación y una endemoniada idea que me rondó la cabeza insistentemente durante unos meses: poner a disposición de todos los aficionados del mundo el legado de Costas. Para mi sorpresa Josep Costas acogió con alegría la disparatada idea de microfilmar todos sus diarios y crear una página web. Y aquí estamos, remangados y con las manos en la masa…

También queremos aprovechar para poner, a modo de introducción, la presentación de la entrevista que se hizo en el número 105 de la revista AstronomiA.


José Costas Gual

No creo que exista otra persona en España (ni en el mundo) que pueda decir que lleva setenta y dos años practicando activamente la astronomía, ni que ha conocido personalmente a Josep Comas i Solà, ni que tiene el record mundial después de haber pulido y fabricado de manera amateur más de 3500 espejos parabólicos para telescopios reflectores. Con noventa años recién cumplidos José Costas tiene el aspecto de un joven de no más de setenta y una vitalidad y unas ganas de hacer astronomía que ya quisiéramos más de uno.

José Costas, uno de los pioneros de la astronomía amateur en España nos desveló su vida en una entrevista que duró casi tres horas. Una maratón de preguntas y respuestas que pasó como una exhalación, casi sin darnos cuenta, entre risas, comentarios y los diarios astronómicos que José Costas escribe e ilustra desde 1936.

Jordi Lopesino



Estrevista con

  Su nombre es marca comercial, denominación de origen y sinónimo de calidad. ¿Quién no ha oído hablar de sus famosos espejos parabólicos, hechos de manera completamente artesanal, que durante décadas han inundado los campos de observación de nuestro país? Cuando alguien preguntaba «¿qué óptica tiene ese telescopio?» Y se le respondía «es un Costas», ya no se discutía más del tema. Se daba por sentado que era una óptica insuperable. La mejor. Os sorprenderá saber que Josep Costas nunca ha hecho negocio de su afición; cuando hacía un espejo por encargo cobraba lo justo por el trabajo, un «lo comido por lo servido» y os puedo asegurar que ha hecho muchos espejos en su vida: más de 3.500.

(Izquierda): Josep Costas con su refractor para hacer observaciones del Sol en H alfa. (Todas las imágenes son cortesía del autor)
 
Nació el 19 de enero de 1918 en Sant Celoni, municipio situado en el Vallés Oriental, a unos 40 kilómetros de Barcelona. En aquella época la contaminación lumínica era algo inimaginable por lo que los cielos nocturnos que vio en su infancia fueron simplemente espectaculares. A pesar de todo ese derroche estelar Josep Costas no se aficionó a observar el cielo hasta que tuvo 15 años, y según él fue de una manera bastante casual. En el colegio ya había estudiado algo de Astronomía y ciencias de la mano de Josep Pallerola , pero todo a nivel teórico, las cuatro lecciones básicas de la época que no despertaron inmediatamente su interés. Aunque algo le quedó dentro, como se verá a continuación. En el año 1933 los chavales no tenían demasiadas cosas con que entretenerse pues no había televisión, ni Internet, ni MP3, ni consolas... (¿cómo podían sobrevivir?). Así que charlar y jugar con los amigos, leer y pasear eran unas buenas y recomendables actividades para pasar el tiempo. Además de sus amigos de la infancia, Costas conocía a un joven seminarista que estudiaba en Sant Celoni y algunas noches de verano salían todos a pasear para tomar el fresco. En una de aquellas noches Josep Costas, abrumado por el magnifico cielo, le pidió al seminarista que le mostrara la constelación de la Osa Mayor. —Todo el mundo habla de ella y no sé dónde está —dijo Costas. El seminarista era aficionado a la Astronomía y estuvo encantado de indicarle a Costas y al resto de amigos dónde estaba la constelación. —En ese momento empezó todo —confiesa Costas. Y la cosa no acabó con la Osa Mayor. El seminarista les enseñó la estrella Polar, el resto de constelaciones, el nombre de las estrellas más brillantes y a localizar los planetas en la bóveda celeste. —El cielo nos atrapó y nos cambió la vida —la mirada de Costas brilla cuando lo explica.  
Detalle del Diario de 1942 con el relato de la primera exposición pública de la PDA.
El seminarista continuó con sus estudios y después de la guerra civil acabó de párroco en el pequeño pueblo de Dosrius , a pocos kilómetros de Sant Celoni. Seguramente nunca fue consciente de la influencia que tuvo en ese grupo de jóvenes entusiastas por la Astronomía. Si predicaba la mitad de bien de como enseñaba Astronomía seguro que siempre tendría la parroquia llena de feligreses. La afición de Costas y sus amigos les llevó a formar su propia agrupación de Astronomía el 24 de septiembre de 1936, pocos meses después del inicio de la guerra civil española. El nombre que escogieron para la agrupación fue P.D.A (Pro Divulgación Astronómica) y el material de observación se limitaba a unos gemelos de teatro prestados. Pronto subsanaron la falta de telescopios construyéndose unos sencillos, pero efectivos refractores utilizando lentes biconvexas procedentes de gafas y usando cuentahilos y otras lentes más sencillas como ocular. Construyeron una docena de estos artilugios, cada vez más perfeccionados, llegando a fabricar telescopios de hasta 130 cm de distancia focal y unos 60 aumentos. No está nada mal para unos jóvenes sin experiencia. Tampoco olvidaron adquirir libros de Astronomía y mapas del cielo. Los integrantes de la PDA eran Josep Costas como Presidente, Joan Planas como Secretario y Ramir Pagés como vocal. Poco después se unió al grupo Joan Jué. Según Costas de vez en cuando se apuntaba algún simpatizante, aunque nunca llegaron a la veintena. Hay que decir que la PDA todavía existe, pero el único socio vivo que queda es precisamente el fundador, Josep Costas. Tenían sed de Astronomía y se pusieron a observar con todas sus fuerzas y con el precario, pero utilísimo instrumental casero. El resultado de esas observaciones, bien en forma de dibujo, bien en descripciones detalladísimas pasaba a engrosar los «Diarios» de la PDA. Desde el primer momento cada paso, cada actividad, cada observación o pensamiento relacionado con la Astronomía , amén de dibujos y fotografías quedaban plasmados en el Diario de la agrupación. Unas libretas grandes y de tapa dura, de doscientas páginas (creo que son diarios contables), que se redactaban con pulcra caligrafía y con rotulados y elaborados títulos. He escrito «se redactaban», pero creo que debería decir «redactan», en presente, porqué Josep Costas continúa todavía con el incansable trabajo de rellenar los Diarios de la PDA con sus observaciones del cielo. Actualmente la mayoría de anotaciones son observaciones solares de Josep y fotografías y dibujos de simpatizantes y amigos. Poco después de la inauguración de la PDA, cuando ya tenían en su haber algunos catalejos caseros y un puñado de buenas observaciones decidieron hacerle una visita al «Gran Jefe», tal como llamaban estos jóvenes al eminente astrónomo Josep Comas i Solà. La PDA en pleno, o sea cuatro jovencitos de entre 17 y 18 años, cogieron el tren y se presentaron en

Josep Costas recordando la campaña de observación de Júpiter de 1955. Los diarios de Costas son una fuente inagotable de información astronómica. Es una gozada pasar las hojas y descubrir sus secretos.
  la casa particular de Comas i Solà, llamada «Villa Urania», en el pueblo de Gràcia . A Comas i Solà, reputadísimo astrónomo y divulgador de su época, le encantaba recibir visitas y compartir sus conocimientos con todo el mundo. Son famosos sus artículos en La Vanguardia, más de 1.200, y famosas también las visitas al observatorio Fabra y al observatorio de su domicilio particular. A Josep Comas i Solà le hizo gracia la visita de esos mozalbetes que se autoproclamaban astrónomos y blandían con ahínco sus telescopios caseros y los dibujos de sus observaciones. Sobre todo porque por entonces en España no existían todavía (o no se tenia constancia) agrupaciones astronómicas amateur en activo. Costas dice que en aquella época sólo existía la Sadeya, presidida por Comas i Solà, y la PDA. Comas i Solà fue muy paciente, creo que hasta se divirtió, y aprovechó los telescopios caseros para hacerles una pequeña charla didáctica sobre Galileo y su telescopio. Después les dejó visitar su observatorio particular y hasta pudieron observar el Sol con el refractor Grubb de 158 mm de abertura. —Fue una experiencia inolvidable —explica Costas—. Evidentemente volvimos a visitarlo al poco tiempo. La segunda vez que fueron a ver al «Gran Jefe» le llevaron un saco de patatas de regalo. Hacía medio año que había estallado la guerra y había algunas restricciones con la comida. Costas explica que en la primera visita los socios de la PDA notaron que la familia de Comas i Solà pasaba ciertas estrecheces y decidieron ayudarles. —Se puso contentísimo al ver las patatas —dice Costas riendo—. Desde ese día nos recibían con los brazos abiertos. Éramos la visita más bienvenida de la casa. Sinceramente, creo que esa familia había llegado a pasar hambre. Comas i Solà vivía con su segunda esposa, Amelia Sala, y su cuñada, y según Costas en aquella casa mandaban las mujeres. —Comas i Solà era un hombre de mucho carácter, un genio, un gran sabio, pero en aquella casa mandaba su mujer y su cuñada. Pero creo que a él le iba bien que sus mujeres se ocuparan de las cosas domésticas, mientras él se ocupaba de la ciencia y la Astronomía. Las visitas, con o sin patatas, crearon un gran vínculo y Comas i Solà les invitó a apuntarse a la Sadeya, cosa que hicieron con mucho gusto pero de una manera muy peculiar. Pidieron que toda la PDA constara como un solo miembro numerario. Hay que reconocer que imaginación no les faltaba, ni tampoco sentido práctico. A mediados de 1937 la PDA tuvo un golpe de suerte. La madre de uno de sus socios se dedicaba a vender frutas y verduras de su cosecha por las casas de los pueblos cercanos. Un día vio que uno de sus clientes tenía un telescopio refractor aparcado en un rincón y que no lo utilizaba. La madre pensó en su hijo y en la PDA y preguntó si aquel instrumento estaba en venta. El propietario del telescopio se puso contentísimo porque hacía tiempo que se lo quería quitar de encima y no conseguía venderlo. Después de un poco de regateo el telescopio cambió de propietario. Los chicos de la PDA por fin tenían un telescopio «de los de verdad». Un refractor de 75 mm de abertura, con montura azimutal y un altísimo trípode de madera. Lo primero que hicieron fue bautizar el telescopio. ¿Adivinan cómo se llamó? Pues se llamó Urania en honor al «Gran Jefe» Comas i Solà.
Durante unos meses más disfrutaron de su telescopio nuevo y de la compañía del «Gran Jefe», pero en diciembre de 1937 la cosa se torció de veras. Comas i Solà murió a causa de una bronconeumonía que pilló trabajando en su observatorio, y los azares de la guerra dispersaron durante un tiempo a algunos de los miembros de la PDA. —Fue una época horrible —asegura Costas. Afortunadamente Josep Costas tuvo la gran suerte de que no le llamaran a filas durante la guerra civil, pero al acabar ésta tuvo que hacer más de dos años de servicio militar. Después de licenciado aún tuvo la mala suerte de que le movilizaran otra vez. De aquella época recuerda las observaciones planetarias que hacía en el cuartel con un telescopio casero, de aquellos de lente de gafas y cuenta hilos. —Hacía todo lo posible por observar. Cuando finalmente acabó sus obligatorias tareas militares y volvió a casa, sus padres pensaron que había sentado la cabeza, que había madurado… Como si hacer Astronomía fuera de inmaduros o algo infantil. Pero se quedaron con un palmo de narices cuando Josep Costas reanudó sus actividades astronómicas en compañía de sus amigos de la PDA. Eso le valió más de un duro reproche por parte de su familia, que le echaban en cara que no se labrara un porvenir en la vida, en la
dura vida de la posguerra. Estaba claro que todos los negocios y propiedades de su familia, una acomodada familia de Sant Celoni, irían a parar a manos de su hermano mayor, «l’hereu», el heredero . De hecho, la familia Costas tenía una fábrica de pasta que durante las restricciones de la guerra había trabajado bajo mínimos pero que ahora empezaba a reflotar. Pero Josep Costas vivía en otro plano existencial. Para él lo importante era la Astronomía, las observaciones y el Cosmos en general. Lo demás lo dejaba en manos del destino. El año 1942 fue especialmente propicio para Josep Costas. La PDA, que presidía de manera perenne, se convirtió en una delegación de la Sadeya. Fue lo más cerca que ha estado la PDA de la legitimación, pues sus miembros nunca han movido un dedo para legalizarla. La nueva delegación de Sadeya en Sant Celoni realizó, aquel mismo año, dos exposiciones astronómicas en la recién inaugurada biblioteca del pueblo con todo el material de observación que habían ido acumulando desde el año 1936. Las dos exposiciones tuvieron gran éxito de público, algunos visitantes vinieron expresamente desde Barcelona. —Mis padres, y el resto de la familia, estaban disgustados y a la vez muy sorprendidos —explica Costas—. Pues durante unos días decenas de personas se metieron en el jardín de casa, o la invadieron directamente por culpa de la Astronomía. Pero a mi padre se le pasó el berrinche cuando el mismísimo gobernador de Barcelona estrechó su mano después de ver la exposición. Por cierto, el gobernador nos felicitó a todos y nos animó a seguir adelante. El año 1942 también fue el año de un eclipse parcial de Sol (10-09-1942) seguido y fotografiado por los «Pedeistas». También fue el año en que la PDA realizó sus primeras fotografías de la Luna, que aunque un poco borrosas no dejaban de ser un trabajo loable para unos aficionados que sólo disponían de un refractor de verdad, el Urania, de otro refractor realizado con lentes que llamaban cariñosamente «el aparatito» y de una cámara heliosférica. Este maravilloso año, plagado de actividades y sorpresas astronómicas, aún guardaba una alegría más en la recámara: conoció a la mujer que sería su esposa. Aunque conocer, conocer, ya se conocían pues eran parientes lejanos. Pero ya sabéis el dicho: el roce hace el cariño. Teresa Gual, su futura esposa, empezó a trabajar en la fábrica de pasta. Y según dice ella en aquella época no tenía ninguna intención de casarse con nadie.  
La primera fotografía de la Luna obtenida por los miembros de la PDA en el año 1942.
—Ni pensamiento de buscar novio —dice Teresa—.Y ya ves, llevamos más de 57 años casados. Cuando se hicieron novios formales un tiempo después, sobre 1945, todo el mundo en el pueblo le hacía la misma pregunta: —Qué, Teresa, ¿Josep te ha enseñado ya las estrellas? Y es que todos en el pueblo, empezando por la familia de su novio, se burlaban de la afición de Josep y del resto de amigos de la PDA. —Mi suegro —explica Teresa—, me llegó a decir que atara muy corto a Josep y que no le dejara hacer Astronomía. Que impidiera a Josep relacionarse con sus amigos astrónomos. Pero yo no le hice caso. No veía ningún mal en las actividades astronómicas de mi novio. Se le veía (todavía se le ve) tan feliz cuando mira por el telescopio que…, ¿quién soy yo para impedirle que haga Astronomía? Poco después supe porqué la familia de Josep estaba tan molesta con él. No entendían porqué se dedicaba con tanto ardor y devoción a una actividad que no reportaba beneficios económicos. Era eso. Simplemente no lo entendían. Después de cinco años de relaciones la pareja no veía el momento ni la posibilidad de casarse, pues todavía no tenían el futuro resuelto. La familia de Josep les hizo una propuesta: les pagaban el traspaso de una tienda de comestibles en Barcelona. De esa manera la pareja tendría resuelto el modus vivendi y podrían casarse y vivir «como Dios manda». Esta propuesta llegó poco después de que Josep Costas se comprara su primer telescopio de verdad, para él solo. Un estupendo anteojo de la marca Mailhat, fabricado en Paris, de 110 mm de abertura, montado sobre trípode y plataforma de madera, con eje y círculo de declinación, círculo horario, cuadrante, movimiento lento de ascensión recta, brújula nivel, contrapeso… ¡Una auténtica maravilla! Costó, según recuerda Costas, 25.000 pesetas del año 1950. ¡Todo un dineral! —El Sr. Armenter de Sadeya me ayudó a negociar la compra con el sr. Joan García Rigal de Valencia —recuerda Costas—. La calidad óptica del Mailhat era muy buena, muy superior al Grubb de 158 mm de Comas i Solà. Después de la muerte de Comas i Solà, su mujer Amelia cedió el observatorio a la Sadeya y era raro el día que no recibían la visita de algún observador de la agrupación. Todos estaban muy orgullosos del telescopio particular del «Gran Jefe» y hablaban de él con orgullo, pero según Costas la calidad óptica dejaba bastante que desear. Cosa que confirmó con la adquisición del Mailhat. —Era muy curioso —dice Costas haciendo un inciso—. Cuando los socios de Sadeya, después de la guerra, íbamos al

El taller de Josep Costas en la actualidad.
observatorio «Villa Urania» la viuda y la cuñada nos separaban por sexos. Las pocas mujeres que venían, en su mayoría acompañantes, en una sala. Los hombres en otra. Todo seguía igual de no ser por la falta del «Gran Jefe». La familia de Costas se tomó muy mal la adquisición de un aparato tan avanzado para hacer Astronomía, que consideraron un negocio poco productivo, así que meditaron la posibilidad de darle un fraternal empujón para meterle en vereda. Le propusieron lo de la tienda de comestibles en Barcelona. Afortunadamente Josep aceptó la propuesta sin ofrecer resistencia. Aunque es posible que durante aquella época estuviera demasiado ocupado con su nuevo telescopio y con el proyecto de hacer un observatorio fijo en casa de Planas, el secretario de la PDA, y no estuviera demasiado atento a lo que sucedía a su alrededor. Lo del observatorio venía a cuento por las dificultades que tenía en mover cada día el Mailhat para hacer observaciones. Con Planas idearon una especie de carretilla con ruedas para moverlo con cierta comodidad. La tienda estaba situada en la calle Aragón esquina con Balmes y tenia una pequeñísima vivienda en la trastienda. Abrieron la tienda en julio de 1951 y dos meses más tarde se casaron. Al principio tuvieron serias dudas de si el negocio les saldría bien, pues ellos eran de pueblo y se agobiaban un poco en Barcelona. Pero hicieron de tripas corazón y salieron adelante. —La vivienda de la trastienda era muy pequeña —recuerda Teresa, la mujer de Costas—, tanto que no cabía el telescopio de mi marido. Tuvimos que pedir permiso a un familiar para guardarlo en su casa. Según Teresa la tienda, llamada «La Fontana de Oro» enseguida empezó a funcionar. Tenía su clientela fija, pero tenían que trabajar muchas horas para sacarla adelante. Aún así Josep Costas, a eso de mediodía, desaparecía de la tienda. —Subía a la terraza para hacer su observación diaria del Sol —explica riendo Teresa—. ¡Cada día! Y claro, la clientela se ponía de los nervios. Cuando más trabajo había en la tienda Josep desaparecía. Nunca le expliqué a nadie dónde iba mi marido. Yo me ponía a despachar más deprisa para contentar a las clientas y hacía oídos sordos de sus comentarios. A veces la cola de gente que esperaba se hacía larguísima, pero todos se tranquilizaban cuando al rato volvía mi marido y se ponía a despachar de nuevo, como si nada. Pasaban los años, vinieron los hijos y cada vez había menos espacio para todos en esa pequeñísima trastienda. En el año 1959 un amigo de la pareja que era abogado en San Celoni, el Sr. Josep Maria Alfaras, convenció a Costas para que puliera un espejo y se hiciera su propio telescopio reflector. Alfaras había realizado un par de años antes un curso de pulido de espejos en Sadeya. Un curso que se basaba en las técnicas que Jean Texereau explica en su libro Construction du Télescope d’amateur, libro que también leyó y estudió Costas. Al principio Josep Costas no tenia demasiada fe en el resultado del experimento, además él era un devoto de los refractores y pensaba que el espejo que pulía no tendría la más mínima calidad. Varias veces estuvo a punto de dejarlo todo, pero el mismo número de veces su amigo Alfaras le asesoró y insistió en que lo acabara. Para mayor desesperación de Teresa el pulido se realizó en la pequeña trastienda del negocio. —Éramos pocos y parió la burra —Teresa no puede reprimir una carcajada—. ¿Te imaginas la cara de los clientes cuando veían a Josep puliendo un espejo en horas de tienda? Nadie entendía nada. Yo esperaba que a mi marido no le gustase demasiado eso de pulir espejos, pero mira, al final se aficionó.
 
(Izquierda) La mano de Costas puliendo un espejo. (Derecha) En los Diarios de la PDA aparecen crónicas observacionales como ésta de la oposición de Marte de 1954.
—Es cierto —dice Costas—. Al principio no me gustaba, pero cuando comprobé que los resultados eran buenos empecé a hacer más y más… Y empecé a tener encargos. Algunos socios de Sadeya y de Aster se enteraron de la nueva afición de Costas y le visitaban en «La Fontana de Oro». Se pasaban el rato haciéndole preguntas, hablando de Astronomía y viéndole pulir espejos para mayor desesperación de los clientes que hacían cola y no entendían que hacía tanto mirón en la tienda. Afortunadamente de vez en cuando algún mirón compraba uno de esos espejos. Y como una cosa lleva a otra algunos se atrevieron a pedirle a Costas que les enseñara a pulir espejos. El problema de espacio empezaba a ser acuciante así que decidieron alquilar un piso más grande. Tuvieron suerte y encontraron un piso cerca de la tienda. Teresa pensó que por fin estarían más anchos, pero se equivocaba. —Ya vivíamos en el piso nuevo y había algo más de espacio en la trastienda —explica Teresa—, así que los aprendices de pulidores venían muchas tardes y se sentaban en la trastienda para pulir sus espejos. Era digno de verse. Desde que empezó a pulir espejos no recuerdo ni un solo día de tranquilidad. O estaba observando o estaba puliendo. Aunque tengo que decir que era muy cumplidor con el trabajo de la tienda. Menos al mediodía, claro. Por esta época sus compañeros de la PDA ya estaban desperdigados por todo el mundo. Planas se había ido a trabajar a Alemania y Ramir había huido a México por culpa de algunos contratiempos con el régimen y el estraperlo. La PDA perdía socios pero se resistía a desaparecer. Los altibajos no hacían mella en Costas que se adaptaba a cualquier circunstancia. Por ejemplo, la PDA se distanció de la Sadeya en el año 1949 a causa de los desacuerdos para utilizar un telescopio que la Sociedad Astronómica de España y América no utilizaba en absoluto (seguramente de este desacuerdo nació la idea de comprar el Mailhat). Esta situación fue aprovechada por Aster para incluirlo en su red de observadores, ocupándose Costas de coordinar las observaciones solares. Pero también hubo desacuerdos con Aster y la PDA volvió a colaborar con Sadeya. Fuera con quien fuera, Costas tenía montada su propia red de colaboradores que observaban el Sol a diario. Finalmente, sobre el año 1974, Costas se apuntó a la Agrupación Astronómica de Sabadell y colabora activamente con ellos enviando sus observaciones solares. Y hablando de Sabadell… —Recuerdo que Josep Maria Oliver —explica Costas—, el que luego fue durante tantos años presidente de la agrupación de Sabadell, venía mucho por casa. Una vez, él era muy joven, se quedó observando hasta tan tarde que perdió el último tren para volver a Sabadell y se tuvo que quedar a dormir en casa. Todavía estábamos viviendo en la trastienda del colmado. ¡Dios mío! Era realmente un sitio muy pequeño. Pero nos estrechamos más y el muchacho se quedó con nosotros esa noche. ¡Faltaría más! La construcción de espejos para telescopios cambiaron un poco los hábitos de observación de Costas. En el año 1965 vendió el telescopio Mailhat, cosa de la que aún se arrepiente en la actualidad, y continuó sus observaciones solares con sencillos telescopios de espejo construidos con cuatro listones de madera. Una idea que tomó de Hein, un ingeniero alemán afincado en España que diseñó esas prácticas monturas azimutales con cuatro maderas. El tubo eran dos maderas clavadas en «L». —Algo muy simple y funcional —explica Costas—. Y muy fácil de mover. No como el Mailhat.

El tránsito de Mercurio por delante del Sol del 7 de noviembre de 1960.
Esa rutina en la vida de Josep Costas duró, casi de manera inalterable, hasta el año 1984, el año de su jubila ción. Traspasaron el negocio y Costas se dedicó a jornada completa a lo que más le gustaba, la Astronomía. —¡Y yo que pensaba que estaría más tranquila! —dice Teresa—. Los chicos ya habían crecido, algunos se habían casado y yo me las prometía muy felices. Le dije a Josep que utilizara una de las habitaciones vacías para hacerse el taller y vaya si lo hizo… Como tenía más tiempo empezó a hacer espejos de telescopios sin parar. Tenía toda la casa perdida de polvo de pulir rojo. ¡Toda la casa! Creo que le llamaban «rojo inglés»… Era asqueroso, el polvillo rojo se metía por todos los sitios. Era igual que cerraras puertas, ventanas y que pasaras la escoba a cada momento, el rojo inglés se metía hasta en los poros de la piel. —Es cierto —asegura Costas—. Todavía me quedan unas bolsas de rojo inglés ¿quieres llevártelas? (Me las ha ofrecido, pero yo las rechazo con una sonrisa). —También me destrozaba los cacharros de la cocina calentando la brea de pulir en mis cazos y ollas… —Es cierto —ríe Costas. —Pero él se lo pasaba bien. Es maravilloso ver un matrimonio tan bien avenido. Costas aprovecha el inciso para enseñarme el taller. Una habitación de unos 12 ó 13 metros cuadrados con estanterías repletas de recipientes llenos con polvo de pulir, discos preparados con los panes de brea pegados, vidrios redondos y vírgenes… En el centro de la estancia hay un gran bidón metálico de 200 litros que utiliza como mesa de pulir. En menos de cinco minutos me da un cursillo intensivo sobre el arte de pulir un espejo y me enseña el tinglado que tiene montado para comprobar la curvatura del espejo y para calcular la focal. Es interesantísimo. Cuando me despisto un momento mirando unos espejos a medio acabar le veo venir con un par de bolsas con un polvo rojo en su interior. Insiste en que me las lleve de recuerdo. Le dedico la mejor de mis sonrisas y le pregunto por sus recientes actividades astronómicas. La estratagema funciona y me lleva hasta el observatorio de casa. Antes de salir del taller vuelve a guardar las bolsas de rojo inglés. El observatorio de Costas resulta ser un pequeño balcón que da a la calle y que tiene 0,5 metros de ancho por 1,80 metros de largo. Delante hay un gran edificio de viviendas de seis pisos de altura. Me señala la estrecha ventana de observación y me asegura que tiene suficiente. El telescopio con el que observa el Sol es un viejo refractor de 8 cm de diámetro, montura azimutal y filtro Ha. Observa en Ha desde 1988. Me confiesa que su vista ya no es lo que era. —El médico dice que tengo algo de cataratas, pero que no se pueden operar. Pero veo lo suficiente para observar y dibujar el Sol cada día. Aparece Teresa, su mujer, y me explica que en el rincón de la habitación de matrimonio donde se supone que debería estar el tocador de señoras durante muchos años hubo un telescopio con patas de hierro que le destrozaba las espinillas cada vez que pasaba por su lado. —Como Josep lo movía cada día para sacarlo al balcón, las patas siempre estaban diferentes y siempre tropezaba con él. Me alegré mucho el día en que se deshizo de él —tal como ha venido se va y nos quedamos solos Josep y yo. Me lleva a otra habitación donde hay aparcados tres reflectores de diferentes diámetros pero con montura Dobson. Le pregunto cuántos telescopios tiene y empieza a contar con los dedos. —Entre los que tengo aquí en Barcelona, y los que guardo en casa de mi hijo el pequeño, en La Garriga (un pueblecito que está cerca de Granollers)… Déjame pensar. Creo que tengo unos diez telescopios. Eso es. Sí. Diez. Continúa el paseo por la casa y me lleva hasta su estudio. Orgulloso me enseña los diarios de la PDA. —Aquí hay 72 años de historia astronómica —dice—. Bueno, falta alguno pero es porque lo guardo en La Garriga. En casa de mi hijo. Ahora estoy acabando el diario número 25 —me lo enseña—. Además de mis observaciones también pongo las fotografías y dibujos que me envían mis amigos de toda España. Mira que Saturno más bonito… Sobre un mueble hay un extraño aparato. Le pregunto qué es. —Es para determinar la calidad del cristal. Mira. Me hace una demostración en menos de un minuto. Llevamos casi tres horas hablando y Costas no ha perdido ni un ápice de vitalidad. —Es una lástima que ya se haya retirado —le digo. —¿Retirado? Yo no me he retirado. —Tenía entendido que ya no hacía más espejos por encargo. —Hombre, tampoco me voy a poner a pulir espejos como hace veinte años, pero aún me quedan unos cuantos espejos por pulir. Más que nada me gustaría acabar los stocks que tengo. Mientras tenga fuerzas y ganas iré haciendo alguna cosilla. —Por cierto, ¿cuántos espejos ha pulido en su vida? —Más de 3.500, de todas las medidas, aunque nunca he pulido ninguno de más de 32 cm. Todo un récord. Ha llegado el momento de irse. Les doy las gracias por su amabilidad y me despido de la pareja. Me voy realmente emocionado. De vuelta a casa le voy dando vueltas a la idea de restaurar el viejo espejo «Costas» que tengo. Por cierto, ¿cuántos de vosotros tenéis un Costas?
 
 
BIBLIOGRAFÍA
Varios autores, Josep Comas i Solà astrònom i divulgador, Ajuntament de Barcelona, 2004.
Josep Maria Oliver, Historia de la astronomía amateuren España, Equipo Sirius, Madrid, 1997.
Revista Urania, números de enero a junio de 1945. Órgano de difusión de Sadeya.
 
 
1-. Josep Pallerola fue una eminencia en su tiempo aplicando nuevas técnicas de pedagogía. Era de esos profesores que saben despertar el interés en sus alumnos. En Sant Celoni hizo que muchos de sus alumnos se interesaran más por la ciencia y las humanidades. El municipio de Sant Celoni lo ha homenajeado poniendo su nombre a un colegio.

2-. Costas no recordaba el nombre del seminarista, pero con los datos que me facilitó llamé a la parroquia del pueblo y hablé con su actual párroco. Me dijo que efectivamente, tiempo atrás el pueblo había tenido un párroco con aficiones astronómicas, se llamaba Arturo. El seminarista tenía nombre de estrella. A veces el destino parece jugar con nosotros.

3-.Eso incluía la trascripción de algunos artículos de Astronomía y hasta necrológicas.

4-.Actualmente este pueblo es en un barrio de Barcelona, el barrio de Gràcia. Y la calle donde se encuentra la antigua casa de Comas i Solà es el Carrer Saragossa.

5-. Algo habitual en las familias tradicionales catalanas. L’hereu se lo queda todo pero a cambio se hace cargo de toda la familia. De esta manera las propiedades ancestrales quedaban concentradas en el núcleo familiar y no había peligro de dispersión del patrimonio.

 


Jordi Lopesino, astrófilo y escritor, ha sido durante muchos años el coautor de la sección Cielo Profundo de esta revista.